“Estar con mi madre. Escucharla aunque no
tenga sentido lo que dice. ¡Qué importa! ¡Cuántas cosas que decimos tampoco
tienen sentido! A lo mejor ella ve una realidad mejor de la que yo veo. A
lo mejor ya vislumbra el cielo en sus ojos confusos.
Me alegra saber que está allí, a mi lado. Me
alegra verla sonreír por cualquier cosa. Me gusta verla sentada, o de pie
recorriendo la casa a su ritmo pausado. Me gusta su mirada abierta y llena de
luz. Creo, que, con el tiempo, se va pareciendo más a los ángeles. Eso me da
mucha paz.
El paso de los años va limpiando su piel y su
mirada. Ya no hay malicia. Sólo esa inocencia sagrada de los niños que ella ha
recuperado mágicamente. Eso me sorprende y alegra. Llegamos a ser niños otra vez con el paso del tiempo. Ya no
nos afecta tanto el entorno, porque todo es mágico.
La
miro, y veo a Dios. La miro y mi corazón se
conmueve. Definitivamente mi madre es mejor ahora que nunca. Mucho mejor. Más
de Dios, más tierna y trasparente, más llena de luz y sonrisas. Me alegra el
corazón. Su vida me da paz”.
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